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aquí nadie reza.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Ella, que todo lo tuvo.



Llevaba 365 días soñando el mismo sueño, pero esta vez no estaba ni en su cama ni en Cali. La oscura pesadilla se le había colado por la ventanilla del coche en el que viajaba a Roma con su marido y la pequeña Chiara. Aunque lucho con toda la fuerza de sus párpados para no dormirse, al final, su conciencia se había diluido en las arrugadas tinieblas del sueño.

La despertó un golpe seco, brutal, y el sonido enloquecido de un aletear rojo. En el aire, el corazón de su marido escapaba de su cuerpo. Lo atrapó con sus manos y sintió entre los dedos la tibia humedad de sus últimos latidos. Después, un dolor helado en la garganta, el Réquiem de Mozart aún aullaba en el amasijo de hierros retorcidos, aquel Confutatis a coros que tanto amaban, y ese olor a muerte chamuscada enmudeciéndola, sepultándola.


Negro, negro, negro.


No supo cuánto tiempo pasó. El ulular de la sirena reventaba sus tímpanos. Trató de levantar los brazos pero eran dos hierros inertes. Sentía cristales pulverizados entre los dientes. Oía voces lejanas dando órdenes. Quiso abrir los ojos, pero sus párpados habías quedado sellados por una cortina negra, viscosa y compacta. De repente lo recordó todo, la noche cerrada, aquella niebla helada que no le dejaba ver, el vidrio empañado, la maldita somnolencia que la dominaba, y un vacío intenso ocupó su abdomen: CHIARA, ¿dónde estaba su pequeña? Trató de llamarla pero su voz se había astillado. Y él, ¿dónde estaba Marco?


Negro, negro, negro.


La luz sobre su iris. De nuevo la conciencia y el dolor absoluto.

-      Bienvenida a la vida, señora – le dijo un rostro desconocido.

Chiara, Marco, necesitaba preguntar por ellos. Sus labios trataron de pronunciar sus nombres.

-      Doctor – dijo el enfermero -, creo que la paciente quiere decirnos algo.

-      No hemos podido contactar con ningún familiar. ¿Quiere que avisemos a alguien?

El médico acercó su oreja a los labios de Ella y oyó unas sílabas ininteligibles.

-      Tranquilícese – Al ver la imagen desesperada de la paciente, acarició sus cabellos-. Seguro que podrá decirnos lo que quiere.

Los ojos delirantes de Ella buscaban asirse con urgencia a las palabras.

-      Lleva una semana entre nosotros y no hemos encontrado ningún documento que la identifique. El coche se incendió, se ha salvado de milagro.

-      …mi ni-ña… - susurró Ella.

El médico volvió a inclinarse. Ahora la voz de la paciente se oyó con nitidez.

-      ¿Cómo está mi niña?

-      ¿Usted viajaba con alguien?

-      ¿Y mi marido? Dígame cómo están ellos.

-      Señora, no había nadie más. Cuando la encontraron, estaba usted sola.


Negro, negro, negro.




... Así pues, el único fututo que nos queda, enigmática señora, es el presente.

1 comentario:

  1. Este relato es justo con tu estado de ánimo...pero es tan triste que he mirado a mi alrededor buscando algo con lo que reirme, por suerte tengo dos muñecos de toy story ^^
    Me gusta como has escrito esta soledad

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A veces los pensamientos vuelan tan alto que son prisioneros del sol.