Creemos en nosotros,
aquí nadie reza.

miércoles, 25 de marzo de 2009

For you dear (?)


Tengo miedo, a no ser lo que tú deseas

A no estar ahí cuando tu corazón lo necesite

A sucumbir a las adversidades que nos depare el destino

A no seducirte en esta noche de luna llena…



Tengo miedo pequeña mía

A tantos obstáculos que nos quieran separar

A callar en los momentos, que mi palabras quieran ser tuyas

A que tu corazón se quiebre, como frágil cristal…



Tengo miedo, lo reconozco

A lastimar a aquel ángel que a dado sentido a mi vida

A que mi temple se derrumbe, frente al inminente terremoto

A perderla para siempre… a dejarla escapar…



Sin embargo te aseguro,  que nunca te dejare de amar

Porque a este sentimiento, no lo he de abandonar

Porque eres la alegría, que me revive cada día

Porque eres el sueño, que me hace suspirar...

martes, 24 de marzo de 2009

Las flores del mal

Mujeres Condenadas
CXI


Como bestias meditabundas sobre la arena tumbadas, 
Ellas vuelven sus miradas hacia el horizonte del mar, 
Y sus pies se buscan y sus manos entrelazadas 
Tienen suaves languideces y escalofríos amargos. 

Las unas, corazones gustosos de las largas confidencias, 
En el fondo de bosquecillos donde brotan los arroyos, 
Van deletreando el amor de tímidas infancias 
Y cincelan la corteza verde de los tiernos arbustos;

Otras, cual religiosas, caminan lentas y graves, 
A través de las rocas llenas de apariciones, 
Donde San Antonio ha visto surgir como de las lavas 
Los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones; 

Las hay, a la lumbre de resinas crepitantes, 
Que en la cavidad muda de los viejos antros paganos 
Te apelan en auxilio de sus fiebres aullantes, 
¡Oh, Baco, adormecedor de remordimientos pasados! 

Y otras hay, cuya garganta gusta de los escapularios, 
Que, barruntando una fusta bajo sus largas vestimentas,
Mezclan, en el bosque sombrío y las noches solitarias, 
La espuma del placer con las lágrimas de los tormentos. 

¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires, 
De la realidad, grandes espíritus desdeñosos, 
Buscadoras del infinito, devotas y sátiras, 
Ora llenas de gritos, ora llenas de lágrimas, 

Vosotras que hasta vuestro infierno mi alma ha perseguido, 
Pobres hermanas mías, yo os amo tanto como os compadezco, 
Por vuestros tristes dolores, vuestra sed insaciable, 
¡Y las urnas de amor del que vuestros corazones desbordan!



 La muerte de los artistas
CXXIII

¿Cuántas veces tendré que sacudir mis cascabeles 
Y besar tu frente ruin, triste caricatura? 
Para acertar en el blanco, de mística natura, 
¿Cuántos? ¡Oh carcaj mío! ¿Cuántos venablos perderé? 

¡Consumiremos nuestra alma en sutiles complots, 
Y derribaremos más de una pesada armadura, 
Antes de contemplar la gran Criatura 
De la cual el informal deseo nos llena de sollozos! 

Los hay que jamás han conocido su ídolo, 
Y estos escultores condenados y señalados por una afrenta, 
Que van martillándose el pecho y la frente,
No tienen más que una esperanza ¡extraño y sombrío Capitolio! 

Y es que la Muerte cerniéndose como un nuevo sol 
¡Hará desplegarse a las flores de su cerebro!



Charles Baudelaire

lunes, 23 de marzo de 2009

Alguien surca el aire

Es noche de otoño en la ciudad. La niebla espesa se extiende por las calles. El viento helado sopla de manera espectral. Afuera agazapados por la oscuridad, cientos de pequeños ojos brillan con su maligna fluorescencia. Es la época del cielo gris; sin estrellas. Algo perverso se respira en el aire. El viento continúa soplando, y una ráfaga violenta golpea el tejado de una vieja morada, en donde un niño tiembla, víctima de alguna horrenda premonición.
La casa es siniestra y antigua. Las maderas crujen por la gélida temperatura. La vegetación que le rodea está muerta. El hedor a musgo y abandono inundan el ambiente. El pequeño está en su habitación, de vez en cuando, un escalofrío recorre su espalda. El temblor aumenta, no es el frío lo que lo provoca, son muchas cosas: El otoño, la soledad; Un leve golpeteo en el vidrio; o tal vez el horror.
El pequeño se encuentra en absoluta soledad, por primera vez en otoño. Su atormentada mente intenta buscar consuelo en el pasado, y es entonces cuando un rostro aparece en su memoria: El rostro de abuela que se ha marchado para siempre.
La soledad congela al niño, extraña la compañía de su ancestral amiga. Anhela el calor de su voz mientras contaba cuentos de un viejo mundo. Epopeyas de una raza insolente, que inducían al pequeño al confortable sueño. El niño se siente solo, a pesar de que su madre vive junto a él. Extraña la protección de su antecesora, sus ojos grises, su larga cabellera nevada. Siente miedo a perderse en el océano desconocido de la desolación, y pronto su mente lo lleva al pasado, a un momento que de alguna forma se grabó en su memoria.
Antes que Abuela muriera, habían hechos aislados que preveían su deceso. El otoño la había dejado sepultada en su lecho hasta el fin de sus días, la mente de ella no era la misma, divagaba; se perdía en el pasado, confundía nombres y a veces se irritaba demasiado.
Él debía haberlo previsto. Algo ya anunciaba la llegada de la muerte:
Una imagen de La Virgen partida a la mitad. Su voz cálida se hacía áspera y gutural, ella recitando extrañas letanías en un lenguaje desconocido para todos en la casa. Rezos y más rezos.
—Ella rezaba por su alma —piensa el pequeño aterrado.
Entonces el niño se dedica a acompañarla en sus últimas horas, a veces siente que ella no es la misma desde la llegada de la enfermedad. Pasa tardes enteras contemplando su rostro, intentando descubrir al nuevo ser en que abuela se ha convertido...
Al fin un quejido progresivamente agudo, una última palabra en ese idioma desconocido, un leve tinte morado en sus resquebrajados labios, y la sensación de algo que abandonaba el cuerpo. Unos minutos más de observación, el tacto. El frío penetra en su cuerpo, es él quién debe avisar a su madre: Abuela ha muerto.
—Es otoño, y es en esta época en donde regresan Ellos —Eso decía su abuela, y ahora el pequeño sentía que aquella sentencia se repetía una y otra vez en su cabeza. Todo era incierto; ¿Por qué sentía tanto miedo? ¿Existía algo que él había hecho? El fantasma ignoto de una culpa golpeteaba las sienes del niño, mas no podía encontrar una respuesta en sus recuerdos.
Una ráfaga vuelve a golpear el empañado vidrio de la ventana. Un chotacabras canta en el umbral de su hogar: "Pronto vendrán ellos" piensa el niño, "el pájaro anuncia cuando andan cerca".
Él observa su reloj-pulsera: Medianoche, la hora de los espantos y los espectros. Se mete en su cama y vuelve a temblar. Una energía helada y fantasmagórica intenta meterse en su pecho. El pequeño grita, pero en su casa todos se han dormido. Entonces enciende la lámpara, dormirá con la luz encendida, tal vez mañana se sentirá mejor. Pero sabe que eso no es cierto.
Su mente regresa al pasado, una y otra vez intenta recordar algo que hacía penetrar la culpa en su alma: Una expedición a un rincón prohibido de su hogar, un viejo cuarto repleto de ratas y olvido. Un cofre marrón que esconde secretos. El niño aprende, comprende, y siente temor...
Hay alguien de su familia sepultado bajo la iglesia de su pueblo, alguien que conocía demasiado acerca de la naturaleza; alguien que vagaba por las noches en las praderas yermas y desoladas. Su antepasado.
Una temible verdad comenzaba a ser revelada en la mente del pequeño:
—Cuando llegue el día serás llamado por Ellos.
—Abuela no rezaba por su alma, ella rezaba por mí— dice el pequeño en voz baja, a la vez que lentamente abandonaba la esperanza.
El niño recordó un extraño sueño, donde emprendía el vuelo sobre los oscuros tejados de su tierra natal.
Su memoria recordó hechos que lo condenaban, aberrantes acciones que él había cometido; pequeños juegos que se transformaron en error:
Una niña que lloraba amarrada a un viejo roble. Un pacto de sangre. Pequeñas criaturas de Dios, muertas sin sentido. Una simpatía bizarra por ciertos lugares que nadie se atreve a frecuentar.
Sus cavilaciones pronto fueron interrumpidas por un viento salvaje que sacudió los cimientos de su hogar. El niño cerró los ojos, y completamente aterrado se abandonó ante los designios de la noche: —Ellos han llegado...
Es un sueño macabro: El niño surca el aire, volando sobre los tejados de las casas de la ciudad. A su lado: Bultos negros sin forma acompañaban su tránsito.
Abajo: Cientos de hogueras, y cuerpos danzando en éxtasis abandonando su antigua forma. Más allá: Una figura monstruosa, demasiado semejante a él ríe saltando sobre las llamas ardientes.
—Ha sido un sueño extraño— piensa el pequeño. Despierta y el sol ya está en el oriente, en su hogar todo yace en silencio. Ha sido una larga noche y el terror ha desaparecido. Esa tarde busca la soledad y la encuentra en un rincón prohibido de su hogar. Hay algo que ha cambiado: Una mancha de líquido en el suelo, un papel y una nota extraña: He fallado
Han regresado
Alguien surca el aire
Dios ha muerto.

¡Mamá! Gritó el pequeño... volvió a repetir la operación, pero no hubo respuesta. Los ojos del niño dieron una frenética ojeada a todo el cuarto. Había algo que colgaba del techo; él no deseaba mirarlo... lentamente comenzó a atar cabos sueltos. ¿Qué había sucedido la noche anterior?, sólo tenía imágenes desnudas, incoherentes, cientos de palabras extrañas en una lengua que no comprendía.
Alguien entró en la habitación, era un hombre viejo con un rostro firme, casi autoritario, pero si el niño no lo conocía: ¿Porqué no se sintió perturbado por aquel intruso?. . . ¿Es que de alguna forma sabía a qué había venido?
El niño volvió a mirar aquello que colgaba de la habitación. Esta vez miró con detenimiento: Primero observó unos pies flotando en el aire, luego subió la vista hasta las piernas que se agitaban pausadamente de un lado a otro, desde las piernas hacía el suelo goteaba un líquido fétido. Inmediatamente lo asimiló con la orina. No necesitaba ver el rostro de la mujer que se mecía en el techo... Comenzaba a comprenderlo: Su madre se había ahorcado.
No hubo llanto alguno en el niño. Al ver el rostro del extranjero que penetraba en la estancia, comprendió: Estaba en su sangre. El extraño hombre de los ojos vacíos y oscuros, le tendió su huesuda mano: —Es tiempo de marcharnos— le dijo con una voz cavernosa y familiar.
Esa noche de muerte regresó al lugar de sus sueños. Remontó el vuelo por sobre los tejados de su pueblo natal, alguien estaba a su lado, sus pupilas negras se clavaron en los ojos del niño, mientras una horrible carcajada cabalgó en el viento. El pequeño no sentía miedo, pronto sería como él.
En ciertas noches de luna menguante, cuando un viento helado comienza a mutilar la vegetación, los tejados de los hogares crujen y los vidrios tiemblan.
Un niño pequeño siente dedos que se deslizan por sus ventanas, la voz del viento lo llama por su nombre. Siempre es así, nadie puede hacer nada. Cientos de madres condenadas deben entregar sus ofrendas para aplacar la ira de aquel demonio que surca el aire.

domingo, 15 de marzo de 2009

(...)


Algún día el oasis de mis lágrimas desaparecerá.
Quizás el delirio de otro beso me convierta en lo que realmente soy.
El desierto de mis palabras dice lo que susurra el viento.
Erosiona mis recuerdos el mar, me matan y intentan borrar mi memoria.
Infalible como los pétalos de rosa sobre tu ser, tocando tu alma como si fuese tu piel.
Adoro la presión de tus labios sobre los míos.
Es el placer. Es el éxtasis que me produce el deseo de tenerte cerca.
Aquel suave violín toca una marcha fúnebre.
Le acompaña el ritmo de mi corazón sobre el tuyo.

Se para. Se acelera. ¿Qué pasa?

Un eco de tu paso es el silencio que oigo.
Es el delirio del crepúsculo que vio al soñarte.
Es el sueño que busco al despertar, cuando los hilos de la subconsciencia se sueltan y siento como se clavan en mí.

Se rompe el hielo que me sostiene en la tierra y caigo.

¿Adónde voy?

Una mano sobre mi cuello toma lo que necesita para vivir.
Fríos labios sobre mi cara toman lo que necesitan para existir.

Algún momento se borra. Siento que pierdo el aliento al saber que tú desapareces…

¿Eras un sueño?