Se le agarrotaron todos los músculos a la vez y no pudo hacer otra cosa más que caer sobre la alfombra.
Sus ideas se desparramaron, como si fuese una cascada, y ellas, peregrinas ruborizadas, las gotas que salpican la orilla.
Debía llegar, alcanzar a gritar
el grito más profundo que jamás se oiría.
Pero su alma se quedó muda.
Muda de soledad.
Arrancando patadas al aire, sollozos a los ojos,
besos a los versos.
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A veces los pensamientos vuelan tan alto que son prisioneros del sol.