Creemos en nosotros,
aquí nadie reza.

domingo, 1 de enero de 2012

Charlotte.

El año nuevo ha empezado.
Finalizó con una bronca, una mirada aterradora y una orden, y ha empezado con un llanto y la culpa de todos los demás.
Espero que ninguno sepa lo que es saber que una persona muy querida se va a morir. Y saberlo cuando aún eres una cría que ha perdido a gente y a la que prohibieron llorar cuando ella tenía solo 3 años.
Esa niña lloraba porque sabía que alguien había dejado de existir. Me dijeron que no, que había ido al cielo, y desde allí velaba por mí, y que me vigilaba. Me dijeron que debía ser buena, que ella me miraba.
Recuerdo mi infancia rezándole. Diciéndole que era feliz, pero que le echaba de menos, que un día mis padres me habían castigado a mi cuarto a pensar qué había echo mal, y que no lo sabía.
Yo solo quería jugar.
Pasaron los años, y esa niña quería ser buena, y se esforzaba por serlo. Intentaba sacar buenas notas, porque sabía que a sus padres les hacía sentirse orgullosos. Y practicaba todos los días cómo escribir las letras, y cómo sumar y restar.
En sexto de primaria, competía con la más lista de clase, para ver quién tenía más positivos.
Al llegar a la ESO, empezó a cambiar la cosa, y la niña estudiaba lo mismo que antes, pero no llegó a aprobar todas. Tuvo que hacer una recuperación de historia, que aprobó. Pero sus padres se enfadaron muchísimo, y la prohibición de no llorar seguía en su cabeza como si hubiese sido pronunciada segundos antes. Corrió a su cuarto después de la bronca, y allí estuvo sola, pensando que era estúpida, y que sus padres sabían que lo era.
Pero acabó primero, sin ninguna asignatura para extraordinarias.
Segundo fue un mal año. Ese año murió su otra abuela. Se le permitió llorar un día, cuando le leyeron lo que había pronunciado el cura en la misa, a la cual no le habían dejado ir. La niña no vio a su abuela, no le pudo decir adiós. Ella sabía hacer pulseras de hilo, y le hizo una a su abuela. Se la dio a su madre con la esperanza de que le gustase, lo que ella no sabía es que ella jamás vería la pulsera. En cambio, sí está con ella.
A parte del dolor que sentía la niña por la pérdida de su abuela, había otra cosa que le atenazaba el corazón cada vez que pensaba en ella.
El mismo año de su muerte, el primer día del año. Ella pasó el cambio de año en la cama, enferma. La niña, aún pequeña, subió corriendo a felicitarle el año, pero en cuanto entró en el cuarto en el que reposaba, supo sin ningún tipo de duda, que ese sería el último.
Se abrazó a ella. Quizás como un preso antes de ser guillotinado se agarra a los barrotes, respirando la vida putrefacta de las cárceles, quedándose en él el óxido, como último regalo de la naturaleza al tacto del condenado.
A partir de su muerte, todo fue de mal en peor. Empezó a suspender, dejó de estudiar, y dejó de creer en todo.
Hubo épocas en las que se aferraba a una fe que no se acababa de creer, pero desistía.
Cuando dejó de llorar todos los días por ella, buscó un medio para salir del mundo.
Empezó a escribir poemas, sin rima, sin estrofas. Un estado muy primigenio de poesía, hecha por una mente infantil.
Fue su salida. Y ella corría por ella buscando asombrarse con el aire a cada momento. Pero siempre hay muros que cortan la luz, y para proseguir, hay que tirarlos.
Este año, la niña es mayor de edad, está en la universidad más cara del país, y se siente muy culpable.
Tanto por el recuerdo, como por haber echo a sus padres pasar por su vida, y por haber destrozado sus dos vidas. Quizás hasta sus sueños.
Pero ella tira, no importa hacia donde. Sin saber cuál es el destino que le queda por vivir.

(Por favor, no comentéis en esta entrada, o por lo menos, nada relacionado con lo puesto aquí.)

Un beso, y muy feliz año.

ese.

1 comentario:

  1. Dices que no sabes escribir relatos...pero a mi, que leo mas que como, me has dejado sin palabras...y de momento en blogger es la primera vez que digo esto.

    Un beso señorita.

    ResponderEliminar

A veces los pensamientos vuelan tan alto que son prisioneros del sol.