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sábado, 12 de marzo de 2011

Desilusión, 71.

Volvía a estar con aquel mechero. Volvía a poner la mano sobre la pequeña llama hasta notar cómo se derretían todos los pétalos que formaban su piel (o que ella se había afanado en hacer que formasen parte de ella).
No quería. No podía.
Soltó. Abrió la mano sin aviso previo.
Una pequeña chispa. Sólo una y la alfombra prendió junto con sus esperanzas.
Cogió su jarrón, y como si hubiese repetido el mismo movimiento mil cuatro veces, le dio la vuelta, dejando caer el agua sobre la que aún habían pétalos, tan mojados que ni prendieron.
Decidió poner fin a todo eso.
Se arrancó, tira a tira, todos esos pedacitos que se había hecho coser a la piel.
Cogió, por última vez, su mechero, y quemó todo lo que tuviese rastro de olor a rosa, para después, rendirse a lo que ella intentó dejar de ser.
Intentó esconder.


Otra vez dibujaba compulsivamente lo mismo. Las líneas, más que milimétricamente idénticas al anterior, pasaban de ser un conjunto sin sentido a un ser de carne y hueso por momentos que se desintegraba por su propia perfección.
Intentaba, una y otra vez, hacer que durase el tiempo justo para besarle, y estaba condenada a no poder hacerlo.
Obsesionada con acariciar la perfección.
Un día, ya cansada, a las cinco de la madrugada, se desvió imperceptiblemente. Al terminar, este duró un poco más.
Al día siguiente, sin saber si había sido un sueño o fue completamente real, intentó esbozarlo un poco menos perfecto. 
Éste duró hasta que las estrellas se borraron, hasta que éstas se desvanecían, ya no existían más en el último firmamento.

1 comentario:

  1. Insisto en lo del otro día. Ahora te veo tan elegante, tan "señora" con tus letras que cada vez estoy mas convencida de que, si te concentras y encauzas tu camino en destino fijo, puedes lograr muchísimas cosas. Sé de lo que hablo. Besitos! Feliz domingo

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A veces los pensamientos vuelan tan alto que son prisioneros del sol.