Creemos en nosotros,
aquí nadie reza.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Sueño perdido.


Esperando en el umbral de la puerta a un susurro que calme el llanto que de mi pecho había aflorado, quería oír un miserable perdón, pero no lo obtuve, por lo que continué mi camino hacía el infierno, baje las escaleras paulatinamente, seguía esperando, había un descansillo en el que cambiaba la dirección de las escaleras. Hice una pequeña pausa y suspiré, bajé las restantes escaleras, silenciosa, nadie sentía mi presencia, era como un gato, nadie sabe que está ahí de no ser porque se le ve.
Mi destino era bastante claro, quise escapar de este basto mundo, nulo, vacío, ante mis ojos, me sentía sola, más de lo que siempre estuve. Me fui a un sitio donde podía escapar de mis pensamientos y dejarme caer en un sopor con la certeza de que nadie me descubriría. Solo me lleva una toalla y un libro de poesía que había escrito yo cuando era más joven.

Yo tengo diecisiete años, mis padres me habían echado de casa un año atrás y me ganaba la vida como podía, vivía con mi pareja, que, al parecer, me había dejado. Rondaba el dos mil ocho, cuando tenía quince años y empecé a escribir poesía, tenía un estilo un poco fúnebre y lóbrego, una métrica libre, y los temas eran monótonos; la muerte, amor no correspondido, aunque a veces variase, pero generalmente eran esos temas, además de demandas sociales, con una forma directa y a la vez enrevesada, el poema no se entiende asta que se haya terminado la lectura.
Tengo el graduado de educación secundaria, pero no tenía más. Me ganaba los euros a base de trabajo duro en un bar en el que me pagaban escasamente, para poder pagar la comida y la casa que compartía con mi recién perdido novio. Mi vida era difícil, no tenía rumbo alguno. Lo que de verdad quería era escribir lírica, mis compañeros de clase leían de vez en cuando alguna poesía mía y les solía gustar a pesar de mi estilo, decían que publicase un libro, pero a mi me daba vergüenza, porque mis sentimientos eran demasiado fuertes para un niña de mi edad y no quería que me tomasen por un loca.
Desde que tenía catorce años había estado enamorada de mi mejor amigo, fue como amor a primera vista, pero no era correspondido por él. Todo lo que escribí se lo dedique a él, claro está que no lo sabe, no deseaba perder su amistad por un enamoramiento, tres años después seguíamos siendo mejores amigos, y yo seguía enamorada de él.

Llegué a la  montaña a la que llamaba mía, estaba a cinco kilómetros del colegio, por el que me gustaba pasar, para poder admirar, con su gran letrero en dorado: “Colegio Vera Cruz”, era un antiguo castillo, por lo que me gustaba mirarlo, ahí solía encontrar inspiración, en la  belleza de las piedras bien colocadas formando una estructura que me parecía maravillosa. Mi otra fuente de inspiración era la catedral vieja, y el casco viejo de mi ciudad, Vitoria.

Coloqué la toalla y me tumbe sobre ella, me saque el móvil, el Mp3, y una pequeña lamparita que llevaba. Solía pasarme la noche entera ahí, leyendo a la escasa luz de esa pequeña lamparita, y cuando la fatiga me vencía me dormía en un sueño largo. Pero antes de nada, observaba el crepúsculo.
Que bonitas pueden llegar a ser las cosas, sobre todo las que van perdiendo importancia a lo largo de los años, por causas de rutina. Parece que el tiempo se detiene y todo se reduce a un segundo eterno. Me gustaba esa sensación, parece que puedes agarrar el espacio con una mano y exprimirlo de tal forma que haya pasado mucho pero para ti no ha sido nada. Aun era joven para estar sola y desamparada, pero no tuve suerte, fui bendecida con muchos dones, todos ellos nunca los habría descubierto de no ser por los que tenía a mi lado, es decir, mi mejor amigo, su suerte era próxima a la mía, los dos estábamos prácticamente solos en el mundo, nos teníamos a nosotros mismos y nada más.
De repente vi una silueta emerger de la nada, vestida de cuero negro, sobresaltada me levante de un salto, nadie sabía de esa pequeña montaña, solo yo y él, mi mejor amigo. Caí en la cuenta de que ese misterioso perfil coincidía con el de él. Se acercaba dulcemente, con su elegancia felina, casi idéntica a la mía. Me saludo con la mano a una distancia más cercana, en la que pude distinguir su tristeza en la mirada. Le devolví el saludo. Según llego a mi lado dijo:
- Hola Eli, ¿Que tal te encuentras? Mejor que yo es seguro, o por lo menos lo aparentas...
- Hola Cris – dije yo entre un suspiro – no me encuentro muy bien precisamente, pero si que aparento estar mejor que tú la verdad. ¿Podría tener el honor de saber que te pasa?
- Como no, la verdad tampoco es tan grave, ¿Te acuerdas de mi novia?
- Si como no – dije con una voz fría, demasiado para lo que me hubiera gustado mostrar. Casi le corto el aliento, pero lo dejo pasar -.
- Bueno pues hemos cortado, ella se queda con la casa y con todo, ya solo me quedas tú Eli, pero algún día ni eso.
- No seas pesimista, no te voy a dejar por nada en el mundo – dije con un tono dulce, que no pude evitar mostrar algo de amor en mi expresión -.
- Gracias. ¿Y a ti que te pasa?
No pude evitar una sonrisa irónica y respondí:
- Lo mismo que a ti.
- Otra casualidad de las muchas que tenemos en la lista, añadamos otra – dijo con una sonrisa en los labios -.
Me abrazo, y me beso en la mejilla.
Sentí una sensación de que no era como antes, que habíamos perdido algo de nuestra amistad, o el simple hecho de estar tristes nos alejaba, no sabía que, pero me sentía una extraña ante él.
Desperté de mis reflexiones por un ruido, un murmullo distante, que estaba lejos pero a la vez era cercano. Busqué la dirección de donde provenía. Me di cuenta de que era Cristian susurrándome algo ininteligible. Sonreí, sin saber muy bien el porque. Me beso largamente. Sentí sus fríos labios sobre los míos, hasta que todo en lo que había creído cambio en un soplo. Siempre creí que él no me amaba, que me quería como una amiga, pero nada más. Me di cuenta de que lo que me había estado susurrando no era otra cosa que lo sentía por mí. Me expreso sus miedos y dudas con respecto a mí, pensaba que yo no le quería, solía decirme que me quería, pero yo no le contestaba, también me mandaba indirectas, demasiado evidentes para mi y para él, lo mismo que hacía yo jugando con la psicología, nos conocíamos demasiado, éramos como la sombra del otro, pero a la vez sin dejar de ser nosotros mismos, éramos idénticos en todo, lo único que variaba era el sexo y la edad, en el resto de cosas coincidíamos, como dos gotas de agua, separadas son insignificantes, pero si se unen llegan a ser algo.
Habíamos perdido parte de la amistad, sí. Pero ganamos mucho más.
Quería tenerle cerca, quería abrazarlo, besarlo, no soltarlo jamás. Sin darme cuenta le estaba hablando. Le decía que me pasó lo mismo, que por miedo al rechazo no dije nada.
Habían pasado tres años desde que nos conocimos y en un tiempo corto nos hicimos amigos, yo estaba contenta por ser su mejor amiga, pero triste porque sabía que jamás sería más que eso. Era un amor quimérico que ya me parecía perdido.
De repente, una sacudida me despertó de mi sueño, estaba en mi cama, tumbada, con mi novio delante, no con Cristian sino con David. Me pregunte que había pasado. Él me leyó el pensamiento y negó. Salió de la sombra poco espesa en la que se encontraba y se sentó en el extremo de cama, a mi lado. Me recostó con suma delicadeza. Yo le miraba un poco impaciente pero el no dijo nada solo me puso un dedo en la boca para que no dijese nada. Me parecía mucho misterio y no me gustaba en él. Pero al final, al cabo de cinco minutos, dijo que me había desmayado, por un bajón de azúcar mientras discutíamos. Tanto secretismo para eso? – pensé yo.
Todo fue un sueño, seguía con David en nuestra casa. Bonito sueño. Yo quería mucho a David pero me resultaba imposible amarle tanto como a Cristian.
Las dudas empezaron a asomar por mi pensamiento; Había caído desmayada? Cuando? Sería verdad lo que me había dicho? o solo lo que él quería que creyese? No sabía, pero no pensaba preguntar, sería demasiado evidente. Pero por otro lado no deseaba quedarme con la incertidumbre, no saber si había sido un sueño, de los más bellos que tuve, o no.
Era demasiado sospechoso ese silencio que inundo las palabras antes de contestar a una pregunta que ni siquiera había pronunciado, y ese aire misterioso que generalmente el no solía poseer, ese halo místico que yo desconocía.
Decidí resolver mis dudas por mi misma. Deseaba alejarme de ese ser desconocido.
Me encontré vestida con el pijama, que en realidad era una camiseta nada más. Era evidente que no saldría así a la calle, por lo que fui al armario, y encontré unos pantalones ajustados y una camiseta de tirantes sobre la que me puse mi jersey, negro todo ello, excepto la camiseta blanca, y como no mis botas de tacón de aguja, abrochadas por unas cuerdas blancas que contrastaban con el color negro.
Y así salí a recorrer las calles de mi amada Vitoria. Pensando en lo que podría haber pasado hace unas horas. Solo conseguí preguntas a las que no encontraba respuesta, y que me llevaban a más preguntas, por lo que solventé pensar en otra cosa.
Vinieron a mi, recuerdos, de cuando era más pequeña e iba a Saint Jean de Lux en Francia, me encantaba esa ciudad, con la playa y las pintorescas casas al lado de la playa, y la pizzería donde solíamos comer cuando íbamos allí. Y recorde unos versos de un poeta francés, que leí con quince años, Paúl Éluard se llamaba así. Decían:
               “Courir et courir délivrance
               Et tou ttrouver, tout ramasser
               Délivrance et richesse
               Courir si vite que le fil casse
               Au bruit que fait un grand oiseau
               Un drapeau toujours dépasé “
              
               (Correr y correr liberación
               Y encontrar todo llevarse todo
               Liberación y riqueza
               Correr tan deprisa que se rompa el hielo
               Con el ruido de un gran pájaro
               Una bandera siempre pasada)


Amaba el francés así como el latín, pero nunca llegue a hablar con perfección ninguno de los dos.
Quería mucho a esa niña, y sentía que ya  no quedasen más que recuerdos suyos dentro de mí. “C’est la vie”. Perdí todo o gran parte de mi inocencia infantil muy rápido. De esa niña que fui solo quedan los guantes y la bufanda, que ya ni me valen, pero aun así conservo como un tesoro, y en realidad para mí lo son, son objetos que me llevan a evocaciones de un pasado feliz que tuve, a pesar de las constantes catástrofes que surgían.

No sabía a donde me dirigía, andaba sin rumbo, no me importaba donde pudiera llegar.
Caminé pensando en esos sueños de mi pasado, sintiendo que no tenía derecho a hurgar en recuerdos y secretos ajenos, pero a pesar de todo seguí mirando el interior de mi corazón, y sacando los recuerdos que ya pertenecen a una niña inexistente.

Cuando me quise dar cuenta había llegado lo que fue mi casa, en las afueras de la vespertina ciudad de Vitoria, era mi casa, eran mis árboles y mis sueños de grandeza, quería llegar a ser una gran profesora de matemáticas y física, pero con el paso de los años cambie de opinión.
Continué andando por lo que fue un pueblo casi desierto cuando yo viví allí, y llegué a la iglesia y junto a ella el cementerio más pequeño que había visto nunca. La iglesia estaba cerrada como de costumbre, al igual que el cementerio, nunca llegué a ver que había dentro, tampoco me interesaba mucho ver un cementerio tan pequeño.
Caminando, alcancé el parque donde solía tirarme por el tobogán o balancearme en el columpio.
Me senté en el columpio y una oleada de recuerdos me sacudió, los incansables besos y ávidas caricias que recibí en ese mismo lugar.

Recorde un día que un vagabundo se me acerco y a pesar de su grotesco aspecto me paré a escucharle, y me hablo de forma inteligente, con un vocabulario amplio y utilizando metáforas y paradojas. En ese momento no supe apreciar la verdad de sus palabras. Lo comprendí momentos después, meditando cada una de sus términos. Me dio una gran lección de vida que aproveche muy bien y me sirvió de mucho en un futuro no muy lejano.

1 comentario:

  1. mmmm, pues vaya..., nose que poner..., posteo para que sepas, que por lo menos hay una persona que ha leido lo que as puesto, y conoces...., pero nose que poner...

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A veces los pensamientos vuelan tan alto que son prisioneros del sol.